Columna de opinión de Gonzalo Rojas
“ Una debacle con fundamentos “
“¿Alguien puede pensar que los últimos resultados electorales se deben solo a una mala campaña, a no ‘sintonizar con la gente’?”.”
La derrota de los partidos de Chile Vamos ha sido aplastante; la derrota del gobierno de Sebastián Piñera ha sido aplastante.
Los votos han sepultado el eventual tercio y han aplastado, también, el ánimo de quienes buscaban ejercer el veto en la futura Convención.
¿La derrota ha tenido lugar el 16 de mayo a medianoche, cuando los resultados arrojaron cifras pobres en convencionales y algunas palizas en gobernadores y alcaldes?
No. La debacle comenzó el 18 de octubre de 2019 y se prolongó en los días sucesivos. Fue la derrota de la voluntad que todo gobernante debe exhibir para restablecer el orden público y poner fin a la violencia. Como ese costo no fue pagado, quedó pendiente.
El desastre continuó con la aprobación de la acusación constitucional contra el ministro Chadwick. La incapacidad del Gobierno para defender a su principal figura política —a esas alturas, Piñera no pasaba de ser un meme— demostró que no habría acuerdos razonables con la oposición en el Congreso.
Paralelamente, el día a día de la violencia en La Araucanía mostraba la pasividad de un gobierno indolente ante el drama de muertos, heridos, incendios, asaltos y tomas, en un volumen comparable con el de 1969-71.
En el intertanto, los partidos de Chile Vamos y el Gobierno entregaron todo, todo, todo, con los acuerdos del 15 de noviembre. Nunca estuvo la nueva Constitución entre las demandas de la insurrección violenta y nunca imaginaron los opositores que se les regalaría a tan corto plazo la rendición final. Pero esa madrugada, con caras de drama o de conformidad, desde unas derechas desfondadas, se entregó todo.
Y a continuación, para ser consecuentes con su claudicación, el coro seudoderechista cantó “apruebo, apruebo”, y consiguió aquel 25 de octubre autoinfligirse una paliza electoral de casi el 80%, para anticipar la debacle del domingo pasado.
Pero todavía faltaba la más simbólica de las rendiciones: un porcentaje significativo de los parlamentarios de Chile Vamos no encontró mejor forma de intentar asegurar su reelección, que hacerlo destrozando el sistema de pensiones, regalándole sus votos a lo peor de la izquierda rupturista.
Después de una secuencia tal de renuncias, ¿alguien puede pensar que los últimos resultados electorales se deben solo a una mala campaña, a no “sintonizar con la gente”?
¿No será más bien que una coalición que sistemáticamente cede, entrega, regala y claudica, no tiene posibilidad alguna ni siquiera de mantener a su electorado y mucho menos, de crecer?
Todos y cada uno de esos acuerdos comprobaron, una vez más, la teoría del dominó: cede en lo primero y vendrá la caída de todas tus fichas, una a una, inevitablemente.
Se acordó tácitamente con los violentistas que no se los expulsaría de las calles y plazas tomadas, ni tampoco de La Araucanía; se acordó un proceso constituyente de origen ilegítimo y su validación consiguiente, aportando votos a su triunfo plebiscitario, y se acordó la consolidación del populismo más banal, mediante el apoyo a los retiros de fondos previsionales.
Acuerdos.
Son parte importante de la vida en democracia, pero con una condición ineludible: que no impliquen la claudicación de los propios principios, sobre todo si se ha sido elegido para gobernar.
Los líderes de los partidos gobiernistas insisten en que ahora tendrán que buscar nuevos acuerdos, en la Convención. ¿Con quién? ¿Con el único militante democratacristiano electo o con las decenas de izquierdistas formales o informales que dominarán la asamblea? Igual dilema se abre para el principal candidato oficialista: ¿Seguir con los acuerdos, entregándolo todo o fortalecerse en lo propio?
Cincuenta años atrás, lo tuvimos muy claro.
Que eso es lo próximo.
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Abogado, historiador y académico chileno. Es autor de varios libros de historia de Chile. Doctor en Derecho, columnista semanal de El Mercurio