Columna de opinión
“Contra el sentido común”
Deslizada entre otras afirmaciones más llamativas —por más contingentes—, una de las respuestas de Pedro Güell en su entrevista del pasado domingo merece especial atención.
Sostuvo ahí el sociólogo, antes asesor principal de Bachelet, que “las reformas que van a contrapelo de los sentidos comunes requieren sin duda más pedagogía social y menos autoconfianza tecnocrática”.
Los “sentidos comunes”, así en plural, remiten de inmediato a Gramsci. Y al traerlo a la escena no se trata de asustar con el cuco, sino simplemente de alumbrar con la perspectiva adecuada los procesos en marcha hoy en Chile.
Respecto del sentido común, Gramsci sostenía que su “rasgo más fundamental y más característico” era ser “una concepción (también en los cerebros individuales) desarticulada, incoherente, inconsecuente, conforme a la posición social y cultural de las multitudes cuya filosofía constituye”, y agregaba que era “la concepción del mundo absorbida acríticamente por los diversos ambientes sociales y culturales en que se desarrolla la individualidad moral del hombre medio”, con lo que le daba a la noción un carácter plural: tantos sentidos comunes cuantas posiciones sociales y diversos ambientes hay en una sociedad.
Güell sabe que buena parte de las reformas en que él participó y otras tantas de las que hoy se proponen van justamente “a contrapelo de los sentidos comunes”. O sea, el sociólogo intuye que variados sectores de la sociedad chilena vienen experimentando hace tiempo el desagrado que producen los proyectos mal concebidos, mal tramitados y mal ejecutados. Es el malestar de intuir que con tal o cual reforma no se superará la causa del problema que requiere solución, sino que todo empeorará. “Yo creo que se va a chingar”, habría pronosticado un Presidente de la República hace ya más de un siglo. Y se chingó.
¿Quiénes recurren a los sentidos comunes para sospechar que las reformas se van a chingar?
El sentido común no es patrimonio de ciertos grupos sociales o de sectores doctrinarios determinados. Es más bien el modo en que reaccionan referentes de personas muy amplios, pero también muy reales. Acuden al sentido común “las mujeres más esforzadas”, “los hombres de trabajo”, “las personas con experiencia de la vida”, “los creyentes de todas las religiones”, “los que se han reinventado”, etc.
Son los que se toman la cabeza a dos manos cuando leen que se quiere impedir que sus hijos vuelvan a clases antes de la fase 4; son los que se quedan con la boca abierta cuando oyen que se sigue incentivando a tantas personas a dejar sus fondos de pensiones en cero; son los que no pueden creer que los comunistas insistan en cambiar las reglas de votación en la Convención Constituyente, cuando ni siquiera participaron del acuerdo para crearla; son los que se indignan ante la posibilidad de que se indulte a quienes han destruido barrios, casas, comercios, monumentos, iglesias, museos, veredas y plazas; son los que desconfían de un lindo catálogo constitucional de derechos sociales, impracticable en este Chilito nuestro (que no es Finlandia, lo saben bien); son los que se preguntan por qué no les suspenden a ellos también el pago de sus intereses bancarios, si los candidatos podrían llegar a beneficiarse de algo así.
Desde esta vereda, es cierto, no usamos el plural: hablamos simplemente del sentido común, en singular. Nos apoyamos en ese fondo de sabiduría humana, acumulado de generación en generación, y que resulta tan incómodo para las izquierdas rupturistas.
Güell nos dice que se requiere “sin duda más pedagogía social” para deshacerlo. Por ahora la didáctica reformista ha sido torpe; por ahora, el sentido común logra resistir.
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Abogado, historiador y académico chileno. Es autor de varios libros de historia de Chile. Doctor en Derecho, columnista semanal de El Mercurio