“No escuchas a Taylor Swift opinando, porque no quiere dañar su marca”, dijo alguna vez Trent Reznor, fundador de Nine Inch Nails (NIN) sobre la distancia que Swift tenía con la política y su decisión de no influenciar a otras personas en esa área. Si bien Swift ha cambiado su posición respecto de la política, lo que sí está claro es que la profunda distancia musical entre Nine Inch Nails y la propuesta musical de Swift se mantiene.
Entonces, ¿qué hace que un reconocido fanático de NIN como Gabriel Boric se convierta, de un día para otro, en un declarado Swiftie? ¿Convicción o conveniencia? ¿Por qué el presidente electo se involucró en la pelea tuitera entre Swift y Albarn si ni siquiera es seguidor de la cantante en Twitter?
Más allá de las razones de fondo, el curioso mensaje que el presidente electo le envió a la cantante estadounidense revela una exitosa estrategia electoral y digital. Durante la campaña, Boric movilizó a su fanaticada en todas las redes y ahora, en su condición de presidente electo, el mensaje lo elevó a las primeras planas de los medios de política y farándula internacional. Pura ganancia, dirán algunos, en el proceso de beatificación e idealización de nuestro presidente electo, que ha escogido con pinzas qué música escuchar, que sándwiches comer y qué imagen proyectar en los patios de “La Moneda chica”, que se ha convertido en una verdadera gruta de la Boricmanía en este largo interregno entre la elección y la toma del poder.
Con la misma acidez de Reznor, uno podría criticar al presidente Boric: no lo escuchamos opinando, porque no quiere dañar su marca. Solo en los últimos 10 días, Gabriel Boric ha enviado poco más de 100 mensajes en Twitter. La mayoría de ellos, para hablar de su nuevo gabinete y para difundir los mensajes de sus nuevos ministros; el resto, hablando de perros, comida, fútbol, música y educación, entre otros tópicos. ¿Delincuencia? ¿Terrorismo? ¿Homicidios? ¿Inmigración? Poco y nada de esos polémicos temas, porque, claramente, tomar partido en ellos podría dañar su marca.
Es verdad que Gabriel Boric aún no es Presidente y no tenemos derecho a exigirle a su futuro gobierno un pronunciamiento sobre las materias contingentes ni respuestas a los problemas sin solución que se presentan a esta hora. Pero cuesta comprender que alguien que asumirá en pocas semanas más la Presidencia del país esté más preocupado de responderle a Taylor Swift que de condenar el brutal asesinato de una niña de seis años en Ovalle, la violenta agresión de dos carabineros en Iquique o el colapso migratorio en Colchane.
Cuesta entender también por qué la mayoría de los medios de comunicación han tomado la opción de sumarse a la Boricmanía sin complejos, replicando contenidos superficiales y absteniéndose de cuestionar, emplazar y exigir del nuevo gobierno y sus autoridades respuestas a contradicciones de forma y de fondo, o derechamente, a justificar las mentiras que sus voceros difunden en televisión abierta. Porque respecto de indultos, retiros e incluso posiciones ideológicas, hemos visto cómo las autoridades del futuro gobierno se han dado vueltas olímpicas, y muchos periodistas, lejos de cuestionarlos, los observan impávidos o derechamente aplauden en silencio.
Se dice que el periodismo debe incomodar al poder, pero aparentemente el nuevo poder se siente de lo más cómodo con el papel que ha asumido parte del periodismo. Es de esperar que los medios reaccionen a tiempo y recuperen el importante rol que les corresponde en este nuevo contexto político y social. Antes de que sea muy tarde.