¿Cómo se construye el legado de un gobierno fracasado? Esa es la pregunta que debería quitarle el sueño al Presidente Piñera en los últimos días. Con apenas 170 días de gestión por delante y un magro 26% de aprobación, la pregunta sobre el lugar en la historia que ocuparán sus gobiernos debe estar al centro de sus preocupaciones. Más importante aún, qué herramientas tiene a su disposición para revertir la desaprobación de los chilenos y qué hitos puede marcar para dejar huella.
Primero, el fracaso es un fenómeno transitorio que no tiene, necesariamente, que perpetuarse en el tiempo. Evidentemente, es un gobierno fracasado, porque si el 55% de los chilenos que eligieron a Piñera revisan la mayoría de las propuestas de su gobierno, éste no cumplió ni un 10% de ellas. A Chile no llegaron los tiempos mejores; no se volvió a crecer; no se generaron más empleos; no se mejoró la calidad de la educación o la atención en salud, y ni hablar de la delincuencia, el terrorismo o el narcotráfico, fenómenos que se han consolidado y agravado.
Esto, sin duda, además de incompetencia o negligencia, se debe a muchos factores: externos, como la pandemia y la crisis económica derivada de la misma; internos, como la falta de apoyo político, el estallido antisocial o el chantaje constitucional que lo obligaron a firmar. Pero el tiempo juzgará si, en este complejo cambio de circunstancias, las decisiones y definiciones que adoptó Piñera y la forma en que enfrentó los desafíos sobrevinientes fue la más adecuada. Como contrapartida, Chile asoma como uno de los países que, pese a la convulsión social y los graves efectos de la pandemia, podría recuperarse más rápido y demostrar éxitos concretos en cómo se enfrentó la pandemia.
Pero un segundo elemento fundamental tiene que ver con lo que se viene hacia el futuro. Un triunfo de Gabriel Boric, sin lugar a dudas, significará la ratificación del fracaso de Sebastián Piñera. El Presidente Boric se va a concentrar en desintegrar cualquier vestigio del actual gobierno y en sus primeros meses se encargará de perseguir, acusar y exhibir todas las debilidades de la administración saliente, incluyendo potenciales casos de corrupción, mala administración y violación de derechos humanos que, progresivamente, terminarán demoliendo cualquier recuerdo de Piñera. Una derrota de Boric, probablemente, aliviará un poco ese juicio y la perspectiva del tiempo podría ser generosa con el gobierno de Piñera, relevando el exitoso manejo de la pandemia y la milagrosa recuperación económica en esta última etapa de gobierno.
Por tanto, es evidente que la mejor forma de construir un legado no es usando los últimos seis meses para copar la agenda, presentar proyectos que no tienen destino o participar activamente de los conflictos políticos, legislativos y sociales. Aunque algunos lo consideren injusto, especialmente el propio Sebastián Piñera, tres de cada cuatro chilenos lo detestan y no podrá, ni con la mejor agencia de publicidad del mundo, revertir en el corto plazo esa sentencia. Mientras más vigente siga el Presidente, más dificultades tendrá su gobierno, la coalición que lo apoya y el candidato que representa su continuidad para crecer y evitar el triunfo de la izquierda.
Irónicamente, la mejor forma de construir el legado de Sebastián Piñera en los próximos tres meses es uno en que el Presidente ocupe un tercer plano y su gobierno asuma un estratégico silencio, haciendo todo lo posible, mediante buena gestión y aversión al conflicto, para lograr que Boric pierda. ¿Podrá el Presidente sacrificar el legítimo derecho que tiene de gobernar hasta el último día a cambio de un silencio que le permita asegurar que su legado podrá construirse y perpetuarse en el tiempo? ¿Podrá Sebastián Piñera dejar de ser Sebastián Piñera?