¿Qué hace un ratón cuando se encuentra con una serpiente? Normalmente, escapa lo más rápido que le permiten sus cortas patas. ¿Qué pensaría usted de una rata que, en lugar de buscar un refugio seguro, se quedara hipnotizada, mirando cómo la serpiente se acerca para devorarla? Lo mismo que piensan de nosotros quienes, desde el extranjero, observan con angustia el desarrollo del proceso constituyente. “¿No van a hacer nada?”, me pregunta atónito un amigo español…
La pregunta es qué hacer; mientras no tengamos una respuesta seguiremos bajo el estado hipnótico del impotente ratón. Algunas voces ya se están levantando para introducir una modificación al diseño del proceso constituyente. Se habla, por ejemplo, de integrar en la votación del plebiscito de salida la propuesta de Constitución de la ex Presidenta Bachelet. Otra idea podría ser devolver al Congreso recién elegido las facultades constitucionales que, bajo la presión de la violencia, se entregaron a la extrema izquierda cuyos constituyentes tienen en jaque al país. Muchas más opciones no se ven en el horizonte.
El problema de ambas ideas -alternativas al socialismo del siglo XXI que se nos quiere imponer vía refundacional- es su implementación. Es imposible hacer cualquier cambio al proceso constituyente si el gobierno no detenta el monopolio de la coerción. Y aquí nos encontramos con una de las causas de nuestra hipnosis. Demasiados son los que siguen creyendo que las FF.AA., hoy absolutamente desmoralizadas, pondrán orden al caos que vendrá. Pero no hay ninguna posibilidad de que eso suceda, no sólo porque se ha usado el aparato estatal para perseguir a sus miembros tanto por temas financieros (absolutamente menores al lado de los delitos de cuello y corbata de muchos políticos) como para vengar un pasado irremediable sobre la base de ficciones jurídicas. Piense usted que ni siquiera estuvieron dispuestos a apoyar la tesis del “enemigo poderoso” que, en un arranque de honestidad, el Presidente Piñera dijo nos estaba atacando. Menos aún responderán con sus vidas a un gobierno que les pone a la nieta de Allende de ministra de Defensa, siempre y cuando demos por hecho que quienes gobiernan no son parte del problema.
Despejada la variable de una intervención militar, preguntémonos si Boric convocaría el uso de la fuerza para contener a las huestes que reaccionarían furibundas ante cualquier cambio en el proceso constituyente, a estas alturas eufemismo de nuestro tránsito hacia un régimen totalitario. ¿Se imagina usted al mismo joven que legitimó la violencia y firmó el Acuerdo del 15 de noviembre transformándose en reaccionario, defendiendo la democracia, la república y la integridad territorial del país?
Yo no. Es más, le cuento que todas las propuestas aprobadas por los constituyentes esta semana favorecen al Presidente electo. Usted pensará que he perdido la razón. Pero, si me da una oportunidad, puedo demostrarle que no es así. Ciertamente, el país será inviable económicamente si se aprueba su desintegración territorial, el término de la escasa independencia que conservaba el Poder Judicial, la anulación de las concesiones mineras, forestales, eléctricas y otras que no hayan sido autorizadas por pueblos indígenas y la asfixia a la libertad para emprender y competir. Entonces, dirá alguien, lo que echará por tierra el proyecto totalitario será la realidad misma, en la medida que, además, los narcoterroristas avancen definitivamente en su ocupación del sur del país. No comparto esa predicción, simplemente, porque creo que el interés de quienes han tramado el desmantelamiento institucional no es gobernar y avanzar hacia el desarrollo sobre bases redistributivas en la forma de derechos sociales. Lo que ellos quieren es lisa y llanamente el poder total para perpetuarse en él.
En definitiva, hoy es evidente que los hilos tras las propuestas de las comisiones no nos conducen al modelo argentino, sino directamente al venezolano. Las reformas que se proponen en la Convención respaldan mi tesis: el Presidente podrá reelegirse, no se respetará a las autoridades recientemente electas, no habrá división de poderes y con el Estado empresario recaudarán lo suficiente como para neutralizar posibles reacciones de la población mientras consolidan su posición en el poder de forma definitiva y total. Por mientras los empresarios, jueces, políticos y ciudadanos siguen como ese ratón del que hablamos al principio, viendo cómo la serpiente se acerca, inmóviles y presas de un hipnotismo cuyo mantra se resume en que algo que no son sus propias decisiones, los podrá salvar.