Es de esperar también que en la sociedad chilena despierte un espíritu de conservación del modo de vida y de las instituciones que tanto ha costado consolidar.
Un gobierno no es solo un presidente; es también un gabinete. Y lo que razonablemente puede esperarse es que Gabriel Boric lo conforme integrando a los tres tercios que respaldaron su candidatura: el Frente Amplio, el Partido Comunista y las fuerzas de la Concertación que terminaron apoyándolo para no perderlo todo.
En ese equipo de ministros, el Partido Comunista será particularmente prudente para correr pocos riesgos. El fantasma del fracaso del gobierno Boric y el daño consiguiente en la imagen popular del PC harán que esa colectividad prefiera una vez más el juego dual —gobierno y calle— en vez de un compromiso completo con la Presidencia. El PC pedirá ministerios importantes, pero tendrá también el “buen criterio” de solicitar aquellos que no signifiquen alta exposición, sino, más bien, mucho trabajo con la base.
Para el Frente Amplio, el objetivo es colocar a sus figuras más destacadas, de modo de hacerlas adquirir experiencia y mayor visibilidad.
El PS, por su parte, acostumbrado a situarse de modo privilegiado en las estructuras del poder, buscará demostrar que comparte el proyecto de transformación total para Chile. Los socialistas habrán roto así su alianza de 30 años con la Democracia Cristiana, movidos por el afán de reconstituir su eje con los comunistas.
Para el PPD, el PR y, sobre todo, para la DC, el dilema es evidente a partir de su debacle electoral de noviembre pasado: o aceptar ser vagones de cola de un tren cuyos conductores los desprecian, o tratar de armar un nuevo convoy con fuerzas propias, pero con destino incierto.
Además, es bien sabido que Gabriel Boric no asumirá ni en el limbo ni, mucho menos, en el cielo. Lo hará en medio de una grave crisis cultural, política y económica. En lo cultural-moral, casi la mitad del electorado rechazó los criterios que el candidato de izquierda proponía. A pesar de que en esta dimensión muchas batallas han sido ganadas por la izquierda rupturista —con la colaboración directa del gobierno de Piñera y de parte de su coalición—, quedan todavía materias pendientes de alta relevancia, como el proyecto de eutanasia y las eventuales nuevas limitaciones a la vida intrauterina y a la libertad de enseñanza.
En lo político, Boric se encontrará por su izquierda con fuerzas asistémicas —las mismas que el Presidente electo idolatró o que ha querido indultar— que jamás aceptarán moderación o gradualidad alguna. Son los violentistas que vienen capturando La Araucanía y nuestros espacios públicos. Y el PC estará siempre dispuesto a oír esas voces con agrado. El falso dilema que enfrenta al orden público con “la violación de los derechos humanos” se hará tan gravoso para Boric como aplastó a Piñera.
También el nuevo gobierno de izquierda dura se encontrará con la legítima oposición de las derechas que, a diferencia de lo sucedido en los últimos Congresos, saben que numéricamente el nuevo Parlamento está facultado para decirle muchas veces que No al Ejecutivo. Y es de esperar también que, en la sociedad chilena, despierte un espíritu de conservación del modo de vida y de las instituciones que tanto ha costado consolidar, y que esas actitudes se expresen en la defensa de la libertad responsable en los diversos campos de la vida social.
Pero será en lo económico donde Gabriel Boric enfrentará las mayores dificultades y, por lo tanto, donde está amagado el eventual éxito de su gobierno. Todos los análisis proyectan que los próximos dos años serán de extrema dureza para la economía chilena. Por lo tanto, cuando la nueva coalición de Gobierno aborde esos problemas con mentalidad socialista, podemos anticipar el resultado que se ha dado históricamente: pobreza, violencia, frustración.
Abogado, historiador y académico chileno. Es autor de varios libros de historia de Chile. Doctor en Derecho, columnista semanal de El Mercurio