Se vienen tiempos muy complejos para los chilenos, frente a la desidia de la izquierda radical, que insiste en proponer recetas fracasadas y que continúa coqueteando con la violencia.
Se cumplen dos años desde el estallido de violencia que abrió un forado en el alma nacional y desencadenó un proceso de hostigamiento continuo a la institucionalidad republicana y la paz social por parte de grupos de izquierda radical.
Lo ocurrido ese octubre rojo, y sus causas, puede tener múltiples explicaciones y derivadas, dependiendo desde dónde se haga el análisis, pero lo que sí está claro, y no tiene matices, es que las consecuencias de la asonada insurreccional fueron nefastas para Chile, y continuarán teniendo repercusiones por mucho tiempo.
Porque nadie puede afirmar que el país está mejor que hace dos años, o que el futuro se observa más promisorio a partir de lo que sucedió a partir de ese fatídico 18 de octubre. La polarización e incertidumbre que se instaló son claros efectos de ese intento por derrocar al actual gobierno y echar abajo el andamiaje institucional que le permitió a Chile exhibir niveles de progreso muy superiores al del resto de la región.
Intentos que se mantienen vigentes hasta hoy, tanto por la vía de la violencia callejera, o de mecanismos institucionales, como la nueva acusación constitucional que se acaba de presentar, y que más allá de sus fundamentos, lo que busca es contaminar el trascendental proceso electoral que tendrá el país en un mes más.
En definitiva, estamos frente a un complejo escenario de una democracia asediada por los cuatro costados, donde incluso muchos de quienes debieron actuar como dique frente a los intentos por desbordar la institucionalidad del país, sucumbieron frente a estos embates, ya sea por falta de convicciones o por temor.
Toda esta inestabilidad no sólo está dañando a las instituciones políticas, sino que también al sistema económico, que hasta el estallido era reconocido a nivel mundial por sus seguridad y confianza. Hoy las señales de los mercados internacionales están mostrando que va quedando poco de eso, y que la recuperación económica que se observa en estos meses no es más que un espejismo que desaparecerá con fuerza a partir de 2022.
Menor capacidad de ahorro, alza en el costo de vida, desequilibrio fiscal, menor y más caro acceso al crédito, son sólo algunas de las variables que ya nos están indicando que se vienen tiempos muy complejos para los chilenos, frente a la desidia de la izquierda radical, que insiste en proponer recetas fracasadas y que continúa coqueteando con la violencia.
Por eso, hoy más que nunca, estos tiempos requieren de liderazgos firmes, claros y que estén dispuestos a enfrentar con decisión la tarea restaurar las instituciones republicanas, recuperar el estado de derecho y el imperio de la ley, y restablecer las condiciones políticas y sociales que le permitan a la economía chilena recuperar la senda del crecimiento, y traducir esa recuperación en mayores oportunidades de progreso para los chilenos.
Ese liderazgo pienso que lo representa hoy José Antonio Kast, quien durante la campaña presidencial ha demostrado que se atreve y que tiene una ruta clara de hacia dónde debe avanzar Chile para resolver sus principales urgencias sociales, de manera pacífica y ordenada. Él, junto a los candidatos republicanos al Congreso, representan la alternativa que Chile requiere para salir del atolladero, y así enfrentar los desafíos que tenemos, con esperanza y sin violencia.