Columna de Opinión:
Marie Claude Mayo: Mujeres, ni machistas ni feministas, femeninas
Las mujeres no necesitamos que se nos trate como menos capaces, sino que se nos reconozca como somos. El feminismo, como reacción al machismo, sigue solo una lógica revanchista.
Las diferencias entre hombres y mujeres se originan y plasman tanto desde una perspectiva biológica como cultural. Iguales en dignidad y derechos, distintos por naturaleza, reconocer nuestras diferencias, coincidencias y complementariedades es lo que nos permite avanzar verdaderamente como sociedad.
A pesar de que las mujeres conformamos la mitad de la población mundial y somos capaces de asumir las responsabilidades, obligaciones y actividades que nos proponemos, históricamente hemos tenido una participación secundaria, especialmente en el campo político. Así vemos cómo en Chile fue recién en 1934 que se reconoció el derecho a voto de las mujeres, acotándose solamente a las elecciones municipales, y en 1949 se amplió para las elecciones presidenciales y parlamentarias, realidad que se materializó en la elección presidencial de 1952 en la que fue electo Presidente Carlos Ibáñez del Campo.
Las mujeres somos tan capaces como los hombres, tanto para hacer bien las cosas como para hacerlas mal. El hecho de ser hombre o mujer no es garantía de nada. La historia reciente nos muestra gobiernos prósperos liderados por mujeres como Margaret Thatcher o Angela Merkel y otros muy negativos como los de Dilma Rousseff, Cristina Fernández o Michelle Bachelet.
Si bien en los últimos años el rol de las mujeres ha tomado un protagonismo social y político como nunca antes en la historia, son muchos los desafíos que aún se encuentran pendientes, los cuales debemos abordar con seriedad, dejando de lado los oportunismos y manipulaciones.
Reconocer que mujeres y hombres tenemos diferencias y tendemos a buscar respuestas diferentes frente a los distintos procesos y necesidades que se van desarrollando en la familia y en la sociedad, por lo que la complementariedad resulta tremendamente enriquecedora y en la esfera pública aún más.
Es cierto que en nuestro país la representación femenina en diversos espacios ha aumentado. En la Cámara de Diputados subió desde un 5,8% en 1990 a un 22,6% en 2017 aún muy por debajo de las expectativas, desafío que puede abordarse desde distintas perspectivas, confrontándose posiciones y medidas con diferencias muy sustanciales. La izquierda, desde su visión totalizante, igualitarista y colectivista, ha impulsado con mucha fuerza una agenda de “discriminación positiva”, en la que a diversos grupos se les aseguran escaños en desmedro directo de la representatividad democrática bajo la premisa que el sexo o las preferencias sexuales, el color de piel, el origen étnico o cualquier otro atributo, resulta más relevante que las ideas, la experiencia o la formación de la persona que se postula. Evidentemente esto genera un empobrecimiento porque impone un criterio meramente ideológico, muy distinto a la realidad concreta.
Una mal entendida intención de aumentar la participación femenina se ha traducido en la lógica de cuotas y escaños reservados que han sido más una forma de torcer la democracia, favoreciendo a pequeños grupos muy bien organizados, por lo general muy ideologizados, que terminan imponiendo sus candidatos, a pesar de tener poseer una muy baja representación, en lugar de promover verdaderamente la participación de las mujeres. Un trabajo serio debe buscar que no importe el sexo del candidato sino las ideas y capacidades de éste. Un ejemplo vergonzoso fue lo sucedido con la forzosa paridad de la Convención Constituyente, la cual terminó por dejar muchas mujeres sin ser electas, a pesar de tener los votos para serlo; lo mismo ocurrió en la elección de consejeros del Colegio de Abogados, en que las mujeres debieron darle el cupo a hombres menos votados, lo cual no era lógico ni menos justo. Como dice el viejo refrán “los cuidados del sacristán mataron al señor cura”.
Las mujeres no necesitamos que se nos trate como menos capaces, sino que se nos reconozca como somos. El feminismo, como reacción al machismo, sigue solo una lógica revanchista, una “lucha de clases 2.0”, confrontaciones que debemos superar mirando el desafío futuro que consiste en compartir de verdaderamente entre hombres y mujeres las distintas labores a fin de que cada persona pueda desarrollarse plenamente y hacer la mejor contribución posible a la sociedad.
El desafío futuro consiste en compartir de verdad entre hombres y mujeres las labores -especialmente las domésticas- a fin de que todos puedan desarrollarse libremente, sin abandonar a sus hijos para cumplir con el rol que la sociedad moderna exige y que requiere del aporte de la perspectiva femenina para enriquecer la dirección de la sociedad. No se trata en ningún caso de un antagonismo entre hombres y mujeres, sino en una complementación en base al objetivo de juntos y coordinadamente alcanzar el bien común que permita el desarrollo integral de todos los ciudadanos de un país y especialmente de sus familias.